Despertarse, en según que días o circunstancias, puede ser una pequeña tragedia. Se despoja uno de las sábanas, que pierden rápidamente la calidez, y se topa, frente a frente, con la pared blanca, tenuemente anaranjada por la luz solar. Levantarse resulta ya inevitable; no hay más remedio que hacer de lo inevitable, lo deseable: es el posibilismo de la cotidianidad.
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