Las plantas trepadoras se me antojan supervivientes natas; aún más, vampirizan a todo aquello a lo que se pueden agarrar, sea un árbol, sea una pared, sea una roca. Por el contrario, las que no disponen de sus tentáculos, se aventuran a expandirse en el aire, se alargan hasta lo indecible, hasta que una simple ráfaga de viento o su propio peso las troncha. Pero, antes de que esto suceda, ¡qué gracilidad la suya!
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