O digamos mejor verdor, para no pensar en comida. En cualquier caso, la contemplación del verde siempre supone un relajo, independientemente de la forma que lo incluya. Es una vuelta a nuestros orígenes, a lo consustancial al ser humano, al hogar, aunque se haya convertido en un chafarrinón que linda con el supuesto buen gusto. Benditos límites.
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