La mostración de nuestros espacios íntimos tiene algo que no sé si considerarlo como obsceno o como confesional. Abrimos al mundo las puertas de nuestras casas -¿por qué iba a estar ese mundo interesado en el ámbito doméstico?-, le abrimos la puerta de nuestro dormitorio y le invitamos a ver. Y el mundo, reconocido por nuestra hospitalidad, calla y asiente.
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