Las telarañas son admirables, para todos menos para los insectos que caen en ellas y para nosotros, cuando pasamos por un lugar y se nos quedan pegadas a la cara o la ropa. Y, al menos en mi caso, la admiración se nutre de la belleza con que las arañas las crean, y sobre todo, del tesón que hay detrás de esta belleza. Es el esfuerzo como semilla de todo lo verdaderamente valioso. Para que luego nos cuenten la fábula de la cigarra y la hormiga.
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