Me gusta observar a los transeúntes cuando estoy en las estaciones, preferentemente en las de trenes y autobuses, que son las más cercanas a la idea que tengo de cotidianidad. Personas variopintas de las que imagino las historias que llevan a las espaldas y que se convierten, por eso mismo, en personajes. Será porque la humanidad, a pesar de que ejerce en mí los sentimientos antagónicos de abominación y fascinación a partes iguales, es humanidad marcada históricamente.
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