Es de perogrullo decir que todo depende del punto de vista desde el que se mire, pero cuando se opta por captar una imagen con un ángulo nadir, es inevitable recordárselo a uno mismo. Es este un ángulo que nos da la auténtica medida de los humanos: siempre minúscula. Tumbarse boca arriba y mirar lo que tenemos por encima, con frecuencia ignorado, es un magnífico ejercicio espiritual. Y visual, cómo no.
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