Cuando enfocamos el objetivo hacia nosotros mismos y, deliberadamente, podamos nuestro rostro hasta convertirlo en un plano detalle; cuando renunciamos a la profundidad de campo, cubrimos nuestros ojos -el auténtico "omphalos" del retrato-, renunciamos al maquillaje, a la depilación de las cejas e incluso hasta a la composición equilibrada, más que autorretrato, obtenemos un antirretrato. ¿Sus ventajas? La mayor contención en la vanidad inherente a tal género.
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