Los chorreones pueden ser un asco, si uno es el dueño del edificio en que aparecen, o un rastro con gran poder evocativo, e incluso estético, si uno es un paseante que se detiene a contemplarlos. Ante este, por ejemplo, me asaltan preguntas como: "¿estará esta casa abandonada? ¿acaso sus moradores no tienen dinero para arreglar el bajante y repintar la pared? ¿cuántas veces ha tenido que llover para que el musgo haya brotado ahí? Y la más intrigante: ¿qué manos habrán hecho el apaño del cable coaxial? Al final, acaban cayendo más preguntas que agua por la tubería.
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