Pocos placeres hay comparables al avistamiento de animales salvajes en su entorno natural. Por más que me gusten los animales domésticos y que estén al alcance de mi mano, nunca me embelesan, como sí es el caso de los salvajes. Quizá sea porque los concibo como un canto al futuro, o tal vez porque me resulten inalcanzables. Esta tarde, aquí mismo, en Banyoles, el futuro inalcanzable.
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