El movimiento ejerce una poderosa fuerza de atracción en nosotros. La quietud se enseñorea del espacio, el vacío y la homogeneidad campan a sus anchas y, de repente, cualquier humilde objeto en movimiento que entra en el encuadre, capta nuestra atención. La mirada lo sigue hasta que desaparece o se detiene; ya sin vitalidad, es olvidado y absorbido por un entorno espacialmente mucho más poderoso.
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