Siempre he pensado que las señales de tráfico son milagrosas: logran que una marabunta de personas, transportadas en diferentes medios, consigan llegar a su destino sin chocar, discutirse o colapsar las vías. Luego vendrán las excepciones, en forma de accidentes, heridos, muertos, discusiones violentas y embotellamientos. Casi siempre por no escuchar al código silencioso que constituyen las señales.
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