Porque cuando una mano, inocente o no, pulse el interruptor, después de un ligero parpadeo se encenderán los fluorescentes que ahora duermen tranquilos, y los destellos que produzcan herirán mis contraídas pupilas y estas, a pesar de mi buena voluntad, solicitarán la protección de los párpados, que se cerrarán. Volverá la oscuridad primigenia y la imagen del techo vivirá solo en mi recuerdo.
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