El enorme poder de una silueta -nada más que una sombra en realidad-, radica en que constituye la presencia de una ausencia, lo que equivale a enigmático y, con él, a una retahíla de preguntas: ¿es un hombre o una mujer? ¿viejo o joven? ¿desnudo o vestido? ¿guapo o feo?, y mil más. Solo tenemos un agarradero, que es el de la certidumbre de la existencia. A partir de ella, el infinito.
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