No es frecuente salir de la cafetería y toparse con una momia. Pero así ha sido. En un agujero del muro de una casa, ajena a todo, una manzana roída prosigue con su proceso de momificación. Ha aprovechado los muchos días de calor para deshidratarse y no pudrirse. A partir de ahí, el moho ha empezado a cubrir, cual venda de lino, el cadáver. Solo resta un problema: la escasa profundidad de campo.
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