Que el vino es tinto, no cabe duda; a pesar de no verlo directamente, su reflejo tiñe el mantel claro de su vivo color, y la silueta de la copa nos indica que no puede ser otra cosa que el líquido elemento. Se trata de un fuera de campo radical, en el que no hay ni asomo del referente principal, pero sí de sus efectos a base de sombras y color.
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