Otear el horizonte no es una cuestión banal, sino una postura ideológica. En principio, requiere una cierta sensibilidad el apercibirse de su misma existencia; una vez captado, puede concebirse como un horizonte bajo, en el que el observador deja enseñorearse a los celajes, dando importancia a lo etéreo, o bien un horizonte alto, en que lo terrenal campa por sus fueros. Es la dicotomía de siempre...
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